Si los resultados supuestamente beneficiosos de la reforma laboral emprendida por el gobierno no darán sus frutos este año, y ya veremos si hay cosecha que recolectar en el siguiente, lo que más o menos nos solicita el presidente del gobierno a la mayoría de españoles cuando nos pide paciencia es que hagamos un ejercicio de fe inquebrantable basándonos en sus penitencias ante eso que llaman “los mercados”. Para palabras de Dios estamos los españoles…
En Alemania cuando una empresa atraviesa por problemas, se entiende que los mismos lo son de los propietarios de la misma, pero también de sus trabajadores, con lo cual, los empleados y los patronos no se dan la espalda y tiran cada cual por caminos distintos, si no que intentan converger en un punto equidistante a los intereses de ambas partes que les ofrezca argumentos de apoyo mutuo. En España, sobre todo desde que se instauró lo del concurso de acreedores voluntario, los problemas financieros de las empresas se han convertido en una suerte de despelote por el cual los dueños de las mismas pueden desmantelar el chiringuito sin tener en cuenta a los trabajadores y sus necesidades, y con la nueva reforma laboral la cosa irá para cantar bingo con el mismo cartón una vez tras otra.
La visión que se tiene en España de las empresas es que son entidades que operan bajo el mandato de sus dueños, y que sus activos se circunscriben al dinero que estos aporten, los bienes materiales de los cuales dispongan; locales, maquinaria, acciones etc. Y punto. Pero nunca se habla del activo más importante de casi todas las empresas: los trabajadores, y si me apuran su función social. Aquí tendemos a separar a los obreros/trabajadores de las empresas en donde desempeñan sus trabajos como si fuesen piezas sueltas del engranaje pero sin pertenencia a la maquinaria o al tejido que las componen. Hay excepciones, claro.
La derrota final para los trabajadores firmada por el actual gobierno en forma de esta última reforma laboral no es más que un peldaño añadido a la escalera que nos conduce al báratro de nuestra sociedad. Cuesta abajo, claro.
No nos han enseñado a identificarnos como parte existencial y fundamental del tejido de una empresa. Todo lo contrario. A los trabajadores se les ha tratado en este país por parte de los sucesivos gobiernos y también de los principales sindicatos como un activo paralelo a las empresas, impidiendo que estas y sus trabajadores se fusionasen en un núcleo único e indivisible. Los empresarios felices y contentos, por cierto.
Así es muy difícil converger para solucionar los problemas en materia laboral de nuestro país, dado que a una de las partes fundamentales en todo este asunto, y la más vulnerable, se la trata como si fuese parte del problema y nunca como damnificada por el mismo. Salvar a las empresas pero no a sus activos humanos no es salvar la empresa, sino dinamitarla para que de sus escombros sus propietarios puedan levantar otro chiringuito similar, pero que nunca será el mismo, y si es necesario, vuelta a empezar.
Yo estoy convencido que en la mayoría de los casos en que los empresarios presentan concurso voluntario de acreedores, y con ello los consiguientes planes de viabilidad que devienen en despidos masivos de sus empleados, si los administradores concursales les otorgasen a estos voz propia para proponer planes alternativos de viabilidad, la mayoría de casos se solucionaría de forma bien distinta a como se están solucionando hasta la fecha.
Una empresa no es solo una mercantil. Su creación y crecimiento forma parte de un esfuerzo colectivo compartido por sus dueños y empleados, y no en pocos casos por el mismo estado que les aporta financiación o medios de cualquier índole para supuestamente asegurar su éxito. Con esto no quiero negarles a los propietarios de una empresa su poder de decisión sobre la misma, pero sí que se le limite cuando estas decisiones perjudiquen al conjunto de la sociedad.
En España la mala praxis de los empresarios no está castigada salvo por la comisión de delitos, es decir; que un mal empresario que con sus decisiones erróneas conduzca a sus empresas a la quiebra no será castigado, ni se le impedirá que pueda gestionar otras o crearlas. Es más, ni se les toca en sus bolsillos para que cubran las posibles pérdidas ocasionadas. Y así, quienes de verdad sufren los errores cometidos por la clase empresarial, – por incapacidad manifiesta para gestionar, o a sabiendas nadando entre el límite de lo legal y lo ilegal- son siempre la clase obrera, que por lo general suele cumplir con sus funciones y por tanto no son culpables de los desatinos de sus jefes.
Por todo esto yo no le concedo a Rajoy el voto de confianza que me pide, ya que esta última reforma aparte de no traernos nada bueno a los trabajadores, no es más que una reforma empresarial en la cual los obreros no pintamos nada, salvo la mona.
Cuando entendamos que la situación del país no podrá solucionarse a costa de sacrificar a una buena parte de su población para alivio de unos pocos, entonces es cuando la posible solución estará más cerca. Mientras tanto caminaremos derechos hacia el abismo de forma irremediable. Y el tonto de los cojones pidiéndonos paciencia…
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